martes, 2 de junio de 2009

Sin elección




Cuando naces, nadie te permite elegir tu hogar, tu familia, tus condiciones de vida. Siempre quise tener un conejo con un lazo verde, pero en casa nunca pudieron comprármelo.
Mamá acostumbraba salir temprano con mi hermano pequeño a lavar en casa de doña Aura, la vecina que vivía a unas tres casas de la nuestra. Logré asistir a la escuela tan sólo dos años y un día, mientras me despedía de mi compañera Marcela, los conocí a ellos. Eran dos tipos delgaduchos, algo avejentados. Uno se llamaba Ismael y tenía un ridículo arete en forma de cruz. El otro, Sebastián, fumaba todo el tiempo y guardaba el papel del cigarrillo en una cartera de cuero. Cuando se me acercaron, conversaron largo rato mientras caminábamos hacia mi casa. Unas cinco cuadras de las quince diarias sirvieron para pintarme un mundo distinto al que tenía. El paisaje se llenó de dinero para mi familia, juguetes, ropa y comida. Yo sólo pensaba en las manos de mamá llenas de ampollas por trapear día y noche en casa de doña Aura; pensaba en Carlos y en su cara llena de felicidad al verme llegar con ese robot que vio en la tienda, el que sube y baja las manos mientras grita “¡Alto! Enemigo a la vista!... pensaba en mi, en una vida llena de color y comodidad, en vestidos de flores, aretes dorados, cuadernos, lápices… pensaba en nosotros, nada más.

Ismael y Sebastián me esperaron al salir la escuela durante tres días seguidos: cinco cuadras de sueños cumplidos, des sonrisas perpetuas. Al cuarto día accedí a su propuesta: nos iríamos el fin de semana siguiente hacia la capital. Ellos se encargarían de pagar mi pasaje y mi alimentación. Lo único que pedían a cambio era que los ayudara en su casa, donde vivían con más personas, según dijeron. Ante aquellas palabras sólo pensé en la alegría de mamá, en Carlos, en mi; no más pesares y lamentaciones. Al fin Dios había escuchado mi oración y ponía frente a mi una oportunidad. Salimos un sábado, si mal no recuerdo era junio… eso sí, el año ya lo olvidé.

Cuando llegamos a la capital, justo a la casa donde vivían, Ismael y Sebastián me dejaron en manos de don Rafael, un gordo repugnante a quien odio con todas mis fuerzas. Mamá me enseñó que uno no debe odiar a nadie, pero discúlpame mamá: don Rafael es un cerdo asqueroso. ¡Lo odio, lo odio, lo odio!
La primera vez sufrí demasiado, por poco y me desmayo; no sabía que doliera tanto. Sentía la lengua de ese hombre rondar por mis pechos aún no desarrollados; sus manos inmensas hubieran podido cubrirme de una sola palmada… era tan pequeña ante tan inmenso dolor. Y luego eso, aquello… esto que ya es tan común cuatro o seis veces al día. Sin embargo recuerdo que no puede existir nada peor. Ismael y Sebastián desaparecieron y yo no pude entender qué había sucedido. Si yo sólo quería encontrar una sonrisa para mamá, para Carlos… ¿cómo estarán?

Conforme pasan los días aprendo trucos para sobrevivir; ya sé cómo robar dinero de los viejos que nos visitan y hasta comprendí lo que se siente la muerte, porque aunque sigo viva, sé que la muerte es similar a esto. En un jarrón que me trajo una de estos tipos que dice se enamoró de mi escondo algo de dinero que consigo, porque no pierdo la esperanza de dárselo a mamá: “Mami, lo logré. Toma. Al diablo doña Aura. Sólo vos, Carlitos y yo”. Y cuento los días y espero. Ayer, para mi sorpresa, llegó una chica nueva. Cuando subía a los cuartos y nos encontramos, quedamos paralizadas: era Marcela, mi Marcela. He querido encontrarla, tal vez sepa algo de mamá y Carlos, pero no he podido hablarle. Debemos esperar más. El encierro es sofocante; el tiempo se perdió entre el licor, las cobijas y los cuerpos inmundos de estos hombres. De mi nombre queda poco. Sólo espero que mamá esté bien; no quiero que esté preocupada. Carlos debe estar por entrar a la escuela. De verdad, no recuerdo en que año fue que llegué, pero ya llevo algún tiempo aquí, por eso calculo que mi hermano debe ser todo un hombre. Al menos ahora mi cuerpo es distinto, no sólo porque mis pechos son grandes y porque tuve mi primer periodo; es distinto porque se ha ido desgastando poco a poco. Antes de que este imbécil despierte, echaré el dinero que le saqué de la cartera en aquel jarrón. No vaya a ser que me descubra.

9 comentarios:

Unknown dijo...

Fuerte. Actual. Casi sin solución, es un cuento de nunca acabar la ficción que es realidad y que narrás aquí.

Te seguiré leyendo.

Saludos.

Miguel Quintero dijo...

Un tema difícil de abordar, un problema social tan cotidiano que casi siempre se deja de lado y que vos nos narrás fielmente. No está de más decir que la estructura del relato es muy sólida,es un relato envolvente, sin embargo, me quedé con las ganas de saber qué es lo que sigue...¿qué pasó con Marcela?...¿que pasó con Carlos, con la mamá?...yo sólo espero tener el honor de seguirte leyendo.

Alejandra Valverde Alfaro - Lya dijo...

gracias por tu visita, Literato...
saludos para ti igual

Alejandra Valverde Alfaro - Lya dijo...

Miguel, ¿será que lo hago más grande?
aunque bueno, creo que eso lo debes resolver tu...
te queda a ti imaginar o por que no tratar de encontrar un final distinto para Marcela, para Carlos.... no se
gracias por venir

Gilda. dijo...

La verdad es que llegue aqui por cosas del destino, estan injusto el mundo para algunos y nos da tanto a otros, gracias por lo que escribes, creo que cayeron algunas lagrimas por aqui. Que tengas una linda vida.

Jorda dijo...

Desgarrador relato y por desgracia realidad de nuestros días.

Está escrito con gran maestría.

A lo largo de la narración se siente cambiar el tono de la protagonista y narradora... de niña a cinica mujer antes ni de menstruar...

Muy crudo... consigues llegarme directo al alma siempre.

Besos, con mucho cariño.

Alejandra Valverde Alfaro - Lya dijo...

Gilda: agradezco enormemente tus palabras.
Parece tan injusto esto a veces, y más me parece a mi cuando se trata de niños. ¿Qué hacemos por asegurarles una vida llena de libertad y de sueños cumplidos? Muchos sufren, en todo el mundo, víctimas de un sistema que los obliga a seguir caminos no deseados, victimas de sus padres y de los mayores que los tratan como grandes, sin ver que aun tienen un corazon pequeño. Duele mucho. Es una triste realidad.
Un fuerte abrazo. Me alegra muchisimo que te haya llegado mi texto.

Alejandra Valverde Alfaro - Lya dijo...

Es una cruda realidad, está tan presente que puede resultar increible que esto suceda.
Gracias por venir, mi bello Aroint. Siempre con palabras que me tocan el alma.
Besos

Unknown dijo...

Me dejo un taco en la garganta, y simplemente para el mundo es una p... más, :(