viernes, 10 de septiembre de 2010

Ángel



Yo no conozco a Ángel. Según entiendo, tiene como 5 o 6 años y es muy bueno jugando ajedrez. Sus facciones, las manos, alguna sonrisa característica, un gesto de enojo o algo por el estilo son detalles que solo he podido imaginar con lo que me cuenta Pogua, su niñero, quien también le lee cuentos en las noches para que se vaya a dormir.

Si debo confesar que tan solo una vez lo vi pasar: yo volvía de casa de un amigo y había tomado un taxi. Ahí por la cuadra del Banco Nacional detallé primero a Joan (algo así se llama el novio de la madre de Ángel), luego a su madre y, haciendo un recorrido hacia abajo, queriendo encontrar su cuerpecito, a Ángel. Puedo jurar que tiene un cabello hermoso, como que le hace juego con ese dicho de “cabello de ángel”, que le he escuchado a mi mamá.

Y allí va, pequeñito, de tal vez unos 7 o 10 centímetros, cuando lo mido con mi ojo cerrado y mis dedos simulando una escala. Tiene un paso acelerado, pero creo que más bien la acelerada es su madre, porque Ángel debe ponerse a su ritmo. No me explico eso: él debe tener un paso, pero camina con los pies de su mamá.

Esa ha sido la única vez que lo he visto. Intento imaginármelo siempre, con los detalles de Pogua, como dije. Y es solo así, porque yo no lo conozco ni quiero conocerlo. Lo que pasa es que me da un poco de miedo que al mirarme la primera vez intente decir algo, pero solo voltee y no quiera hablar conmigo.