martes, 25 de agosto de 2009

Semblanza de un 25 de agosto


Esta no es la semblanza de un filosofo, un poeta, un medico o un alto y distinguido miembro de la sociedad. No pretende ser un discurso mentiroso, así que tómese por cierto lo que en él se escuchará.

Esta es la semblanza de una mujer que nació de un vientre repleto de musgo; de un vientre doloroso que la cobijó y alimentó sin medida.

Aficionada a los árboles, las charcos, los columpios, las enaguas y las jarras, les hablo de una mujer que atrapa sus sueños en una red de plumas que cuelga sobre su cabeza. Odia decir que no y el corazón se le hace pequeño, se le cierra, cuando alguien comete una injusticia.

Carga una culpa desde que tenía 4 años: la de elegir entre el bien y el mal, por lo que anda por la vida dejando de actuar por miedo y dejando que este le dicte, muchas veces, el camino por recorrer. Sin embargo, ama la vida y el olor de la madera; junto con esto, una pequeña guitarra que le ayuda a inventar tonadas, esculturas en el sonido y dibujos en el aire fresco.

Le teme a la muerte, por misteriosa y oscura, porque intenta que la luz le domine el cuerpo. Abraza cuando quiere, llora cuando quiere, intenta ser feliz y hacer que los demas sonrian.

Ella quiere una casa de madera llena de cuadros por los pasillos, una marimba y un acordeon. También sueña viajar al sur y al otro lado del mundo. ¿Para qué? Pues dice que se le compliria un sueño, dos, o tres... de esos que guarda en la red de plumas.

Cree que los niños son las mejores criaturas del mundo, por eso cuando ve uno le duele el estomago y quiere de una vez tomarlo en sus brazos o hablar con el. Dice que son los que le alimentan una buena parte de sus mariposas, las que una vez le contaron tenia en su vientre, además de otras cosas que las hacen brincar.

Gusta de libros, de poesia, de novelas, historias que le narra su abuelo y otras que le inventa ella a los demas.

Sueña con aprender a cantar para que se le salga mucho de lo que lleva adentro y por eso es una semblanza de una mujer que se calla para escuchar a la ciudad, a los ojos de los demas, a los pies de quienes creen no llevar camino.

Es una semblanza de un 25 de agosto, uno no reconocido, uno apenas visto por algunos... uno abierto para muchos, mientras el tiempo no pare de correr.

jueves, 20 de agosto de 2009

El sepelio



Cuando la enterraron, sentimos, y hablo por los otros porque creo que fue así, sentimos un nudo que quería estallar cada vez que clavaban esa caja hueca.

Caras y gentes. Algunas desconocidas, otras devastadas por el verdadero dolor, muchas hambrientas que sólo esperaban el té y los bocadillos que se reparten al final. Lágrimas, muchas lágrimas. Tantas que podríamos llenar un pozo y abrirlo al público venga, visite el pozo de los lamentos. Maravillosas aguas curativas que le sanan todo padecimiento. Algo así pudimos haber pensado, los tiempos suelen ser difíciles.

No pediste vestidos o maquillaje. Siempre te detalló esa simpleza. Inclusive, en casa, usabas un par de sandalias blancas con decorado chistoso: unas conchitas formaban algo como una flor, pero siempre pensamos que era la cara de un payaso... y estallábamos en risas... qué graciosos tus zapatos...
Ahora no se ríen. Quedaron bajo la cama.

Alguien suspira junto a mi oído y me siento agobiado. Entre tanto lamento suele faltar el aire y los pechos parece se ahogan con cada respiración. Me levanto, camino hacia la puerta. Noto que muchos miran mi cara y conversan. Vamos, digan las cosas de frente señoras, señores, distinguidos miembros de esta falsedad. Nadie supo quién eras en realidad. Y aún así vienen a llorarte, a deshacerse en elogios. Creo que sólo quieren el té y los bocadillos.

No pediste más que tres velas en el altar, dos coronas de margaritas y un jarrón lleno de agua al final de la puerta. Me pregunto para qué el agua ahora que lo observo a mi lado.

Algunos comienzan a marcharse y me despido de ellos sin ganas, sin más que movimientos de protocolo, un abrazo poco sincero y un agradecimiento seco, entre dientes. Uno a uno van partiendo sin palabras, con deseos y lágrimas falsas. Los bocadillos y el té se acabaron, apenas y pude alcanzar a probarlos.
Cada vez quedan menos. Me voy acerando de nuevo al espacio que ocupas, en silencio. Las velas se han ido consumiendo. Ahora pienso que te ayudaron a sentir menos la oscuridad de esa caja vacía. Estoy solo con tu caja, dos coronas de margaritas y un jarrón de agua. Y es aquí donde comprendo. Para que las flores crezcan es solo cuestión de regarlas, me dijiste hace tiempo.
Entiendo que sólo tú y yo sentimos esto que pasa: no hay bocadillos, sollozos, protocolo o miradas de ellos. Solo tú y yo sentimos esto. Tú en tu caja vacía, yo regando margaritas que no verás crecer porque te has muerto.