martes, 12 de enero de 2010

Después de recordar a Diego


Para Gabito
por hacer que Alonso
recordara a Diego



-Me encuentro en un dilema: ahora mis pies están sucios y no tengo la pasión de Diego. Y lo peor, Gabito decidió imitarme.

-No es lo peor… es lo mejor. Gabito sabe cómo son las cosas y no te está imitando. Te está dando ánimos para que vos no te pongás más los zapatos.

-La gente nos ve raro, pero es cierto… me voy acostumbrando. Es más, tal vez lo disfruto, pero me preocupa que Gabito se vuelva planta. Lo veo demasiado cómodo.

-¿La gente? ¿Eso qué es? Ahí lo único real son ustedes dos. ¿Gente? Como te digo, él sabe lo que hace. Ellos siempre saben más que nosotros.

-Entonces ¿cómo lo asumo? Solo pienso en quehaceres, apariencias, responsabilidades y la deuda social en la que incurro. Si ellos no son reales, tampoco lo soy. Claro, él parece no darse por enterado.

-Ese tipo de gente es la que no importa. La que pasa y ve, se voltea y habla. Me refiero a la realidad que tienen justo ahora ustedes dos. Una que los demás no pueden comprender, a como habrá otros que sí. Gabito sí se da cuenta, pero solo quiere que vos actués como él, que parezca que no te das por enterado igual.

-Es tarde. No entiendo las cosas de esa manera.

jueves, 7 de enero de 2010

Diego


A José Eduardo, quien detuvo el tiempo
en unas cuantas hojas que salvó.
Gracias

El jueves pasado, Diego tomó una decisión: nunca más usaría zapatos estaba. Estaba cansado de sentir los dedos apretujados y se preguntaba por qué tenía que ser así, ¿desde cuándo era necesario andar incómodo? ¿acaso los pájaros usaban zapatos? ¿acaso su perro Canelo los usaba?
Tenía una extraña afición por la tierra y su mamá siempre lo regañaba porque regresaba todo sucio. Diego no entendía, porque en realidad hacía lo que mas le gustaba: estar con la tierra. Decidió dejar sus zapatos, porque amaba esa sensación de frío que le dejaba en la planta de los pies, porque no sé si ustedes saben, pero el calor le entra a uno por los pies.... uno crece de pequeño porque es cuando más tiempo anda descalzo y así todo lo que hay en la tierra le entra a uno por ahí. De esta manera, Diego tomó una decisión: se zafó los cordones, se quitó las medias (que usaba rotas para engañar a su madre y siempre sentir la tierra cuando se quitaba los zapatos) y dijo: no más... que la tierra me llene de frío, me nutra hasta por las uñas.
Salió un día, de esos comunes, cuando solo entran ganas de salir a caminar por ahí y ver la gente pasar; salió sin sus zapatos, claro, y de camino recordó uno de sus trillos preferidos, uno que daba al jardín de don Ismael. Don Ismael era viudo y no había tenido hijos. Se pasaba el día en el jardín, sembrando cuanta cosa se encontrara y eso que sembraba decía que eran sus retoños. Les ponía nombre, entonces cuando uno pasaba, don Ismael hablaba: “Mira, Mariana, como llevas esa raíz... ay Adriano... ¿no te he dicho que no permitas que esas hormigas te coman las hojas?”. Diego amaba ese jardín, porque se entretenía escuchando a don Ismael, inventando historias con las plantas, con las hojas y algunas flores. Diego decía que él hubiese querido ser una planta, porque sentía siempre el viento de la forma en como ellas lo reciben y estaría anclado para siempre a su suelo, a su tierra.
Ese día se sentía extraño. Sentía, como nunca antes, querer estar allá. Entró al jardín y vio a don Ismael cavando un hueco enorme. Diego estaba asombradísimo, porque no imaginaba como un señor tan viejo hubiera tenido tanta tanta fuerza para cavar. Cuando Ismael lo vio llegar, le dijo: “Diego, estas acá... te esperaba desde temprano, pero supuse que escogerías las 5:00 pm para venir. Sé que amas esa hora del día”. Diego no entendía, pero se sentía a gusto. Don Ismael lo invitó a entrar en el hueco y Diego no dijo nada: puso sus manos en la tierra y se sintió en casa, frío... raíz, y don Ismael comenzó a llenarlo de tierra. Diego se iba oscureciendo, pero sentía el frío más hondo, más penetrante. Cuando don Ismael terminó, se fue a recostar.
Por muchos días buscaron a Diego; sin embargo, solo encontraron sus zapatos enterrados en el patio de atrás. Ahora, cuando alguien pasa por el patio de don Ismael, se asombran de un arbolito en especial. Don Ismael dice que se llama Diego y lo impresionante es que las raíces se salen siempre. Él dice que Diego ama el viento y por eso deja sus raíces fuera.

domingo, 3 de enero de 2010

Orugas

Salí a pasear con una sombrilla verde y tropecé con una oruga. Algo apenada, me disculpé por mi torpeza al no mirar el lugar donde piso.
La oruga, sin resentimientos, se mostró tranquila y me invitó a caminar con ella un rato. Despacio, continuamos paseando. Ambas estábamos algo silencionas; yo intentaba tapar el sol con mi sombrilla de modo que ella también pudiera evitar los ardientes rayos.
Al pasar un tiempo, la oruga, en tono serio y pensativo, dijo:

-Sabes, estoy algo cansada de vivir arrugada, arrastrando mi cuerpo. Ya estoy algo vieja y creo que merezco descansar un poco.

Era cierto. Desde un principio noté que era ya uno oruga mayor. Supuse que estaba pasando uno de esos momentos en lo que hasta lo más mínimo se convierte en rutina y es necesario descansar o cambiar papeles para no llegar a una posición como esta que sufría mi compañera de viaje.
Yo permanecía en silencio.

-Sabes, siempre he querido alcanzar una hoja de roble, pero no lo he logrado aún.

Pensé que como todos, la oruga tenía un sueño, y como todos solemos hacerlo algunas veces, son estos los que dejamos de lado... creemos que por ser sueño no puede concretarse. Supe que, como todos, llega un momento en que se nos hace necesariamente obligatorio tratar de alcanzarlo.

Caminé aún en un silencio más profundo.

Pasado un gran trayecto, mi acompañante interrumpió su paso de acordeón, al mismo tiempo en que yo procuré datenerme para que el sol no la abrasara.

-Sabes, creo que debo regresar. No debí alejarme tanto.

Cordialmente, hizo una pequeña reverencia, ante lo cual solo pude repetir el gesto mientras con una pequeña sonrisa la miré alejarse.

Caminé en silencio largo tiempo. Cuando volví a casa, cerré mi sombrilla verde y al verla, arrugada y usada ya desde hace mucho, recordé a la oruga. Sus palabras fueron sabias... a lo mejor solo para mí.

De igual forma, pensé en que el sol estuvo algo insoportable y ella, arrugada y cansada, no está muy acostumbrada a él.
Yo aprendí a mirar bien donde pongo los pies. No sea que en una la haga descansar para siempre.