viernes, 6 de noviembre de 2009

Cierto Mario



Cierto que no pudo terminar de estudiar. Mario soñaba con llevar clases de pintura; a nadie le ha mostrado esa carpeta donde guarda unos cuantos bocetos. Yo los vi una vez que buscaba unas medias bajo la cama: ahi estaba, empolvada y sin mucho cuidado. Mario no sabe que lo sé.
Cierto también que cuando comenzó a fumar ya no pudo dejar de hacerlo. Primero me dijo que solo quería saber qué se sentía un poco de humo cavando trayecto hacia sus pulmones. Ahora puede fumarse dos o tres paquetes por día. Pero él sabe que yo no digo nada, que no opino, que solo no hablamos del tema.
Cierto que se siente un poco delgado. Dice puede ser porque tiene una grave gastritis que le impide comer bien, cualquier cosa, por mínima que sea, puede ocasionarle malestar y tirarlo en la cama por varios días. Por eso prefiere comer poco. He ahí la razón por la cual comienza a ser una pequeña línea vertical.
Cierto además que muchos lo ven pero lo dejan pasar. Yo lo conocí en un autobús, cuando me dirigía al trabajo. Mario llevaba a un pequeño en brazos y un gran bolso con pañales, biberones y ropa de niño. Todos tuvimos que ver con él porque Emanuel lloraba y lloraba. Las mujeres hacíamos caras de ternura ante aquel cuadro paternal; solemos derretirnos por completo al ver a un hombre con un pequeño. Los hombres, algunos, solo volteaban a ver y sonreían; otros, como siempre, lo dejaban pasar. Yo iba a su lado, así que me aproveche para entablar conversación.

Cierto. Cierto que hablamos y me contó lo de sus dibujos, donde poco después comprobé que existían. Cierto que sentí su olor a cigarrillo, ese que ya se desprende por los poros de sus brazos. También cierto que me comentó de sus malestares, justo ese día había tenido uno de los peores ataques. Cierto que no lo dejé pasar y ahí comprobé que cuando muchos lo regañaron por no terminar sus estudios, por tener un vicio o por alimentarse mal, nadie, por dejarlo pasar, sabe que él tienen suficientes razones para vivir.