jueves, 6 de octubre de 2011

Cenizienta


Cenizienta debía entregar sus zapatillas a las 10:20 p.m. Le encantaba el teatro, pero siempre le incomodó tener que salir corriendo a tomar un taxi para llegar a tiempo. No sabía por qué, pero siempre algo le dijo que le estaban robando un par de horas valiosas.

La llamaban Cenizienta no porque anduviera manchada de ceniza o porque oliera a tan interesante polvo. Cenizienta resultaba de su afición por los ceniceros; aunque ella no fumaba, muchos de sus amigos y conocidos lo hacían. Cierto era que comenzaba a ser fumadora pasiva, pero ante los cuestionarios, en su visita al médico, en la típica pregunta ¿Fuma usted?, un rotundo no, redondo y claro, salía de su boca ligera.

Los tenía de todos los tamaños y colores. Cada vez que iba al teatro, intentaba topar con espectáculos en horas tempranas, para después salir con sus amigos y conocidos a algún bar. Allí, aprovechaba y coleccionaba el cenicero que les dieran en cada uno de esos lugares.

-Matamos dos de un tiro, decía. Visita al teatro y cenicero nuevo.

Los había en formas de hojas, con líneas curveadas, otros cuadrados, de materiales diversos: madera, plástico (aunque algo derretidos), aluminio y cerámica. Odiaba cuando, aún viendo que sus amigos y conocidos fumaban, no les colocaban un cenicero en la mesa. El tiempo pasaba, casi las 10:00 p.m. y a veces el cenicero no llegaba… 10:10 y nada aún. Más de una vez estuvo a punto de salir sin nada en sus manos. 10:15 p.m. y aparecía. Sus ojos brillaban como las brasas de los cigarrillos en la mesa. Ese era su cenicero. Y a las 10:15 p.m. corría despavorida, botando todo a su paso, hacia el taxi, con cenicero en mano. Entregaba zapatillas a las 10:20 p.m.

¡Ay Cenizienta, la de los ceniceros!... víctima de robo: dos horas menos.

La última de sus visitas al teatro fue el jueves pasado. Eran las 10:15 p.m. y el cenicero no aparecía… 10:17 p.m. y nada… 10:20 p.m. y apareció. Lo tomó, pero esta vez no corrió hacia el taxi. Ninguno la vio salir. Lo único distinto fue que en la mesa el cenicero era doble y un tanto distinto a los demás: dos pies huecos, talla 38.


jueves, 30 de junio de 2011

El sombrero de nubes


Quería estar allá arriba... ¿Por qué no?
Comenzó a comerse las ramas del árbol de su patio; así, le nacería un tronco dentro tan, pero tan alto que tendría las nubes de sombrero.