miércoles, 1 de julio de 2009


En la calle 3 de la Avenida Central, me puse en venta. Con un sombrero a cuadros, abrigo café, un par de sandalias, jeans desteñidos y mi blusa preferida, vendo mi espejismo.

Me detuve a mitad de la cuadra y quienes pasaron golpearon mis hombros, me majaron unas 10 veces, y debo decir que fue doloroso porque mis zapatos eran abiertos, o simplemente no me vieron. Durante dos días hice lo mismo: pensé que podía ser la vestimenta la que alejara a los posibles compradores, pues al ser algo extraña podía no hacerme ver atractiva.
Dos días.

El segundo, dejé el sombrero y usé unas prensas en forma de lazos; cambié los jeans por una enagua, que igual estaba desteñida, y mi blusa siempre será mi preferida. El detalle esta vez fue que me coloqué un pañuelo en la cintura.

En la calle 3 me puse en venta. La Avenida Central repleta.

Al final del día, una señora se detuvo. Confieso que sentí una enorme alegría, ese era mi día de suerte: alguien por fin me compraría. Ella se detuvo justo a mi lado y en silencio, como dejando escapar un secreto milenario, como compartiendo trucos para saber venderse, extendió su mano y me entregó, con disimulo, una toallita húmeda:
-El maquillaje suele alejar a los clientes.