lunes, 6 de octubre de 2008

Humo o letra


A Carlos,
porque siempre lo analizó todo

Sueño y fumo.

Gloria y amor, felicidad, creencia,

¡un poco de dolor y otro de humo!

Julián Marchena


Ahí estaban. Sentados sobre la cama pensando en lo que habían hecho; como lo hacen todos, supone. Fumaban y sin embargo no entendía por qué siempre debía ser un cigarrillo. ¿Qué acaso no podían tomarse un té o comerse unas moras (la fruta que más le gustaba) después de hacer el amor?

Todos los hombres con los que estaba se convertían, a los pocos días, en difusas sombras de una noche de pasión. Nunca memorizaba sus nombres, por aquello de que se le ocurriera compararlos. Prefería mantener en su memoria algún rasgo característico de cada uno; recordarlos por sus orejas grandes o por su bigote, por sus dientes o por lo bien dotados que los había hecho Dios... Ya saben, algunos llevan la delantera...

La mayoría de ellos significaba lo mismo. Ninguno la sacaba de su rutinaria vida: levantarse a las siete de la mañana y desayunar a las siete y cincuenta; trabajar hasta las cinco de la tarde, leer hasta la una de la madrugada y de vez en cuando sustituir tres páginas del libro por estar con alguno de ellos; sin embargo, seguía prefiriendo al libro que al hombre. Muchas veces se arrepintió de sacrificar un final por sólo fumarse el tan obstinado cigarrillo.

Martes 16 de enero. Quince minutos antes de las ocho de la noche. Al lado derecho del tren logra ver un paquete con una tarjeta. Cruza el pasillo y se sienta junto a él. La curiosidad la va invadiendo: piensa en los titulares del día siguiente... 136 muertos en el tren por bomba (acompañado de una sangrienta fotografía, típico de los diarios amarillistas de su país); piensa en una multitud de reporteros que le hacen preguntas sobre cómo descubrió en un paquete con un tarjeta la cura para el SIDA... imagina e imagina e imagina. Decide tomar el paquete y mirar la tarjeta: Avenido 13, Calle El Solar. Casa #9. Alejandro Santiamén Villanueva. Psicólogo.

Le pareció interesante cómo un psicólogo podía vivir en una de las calles más locas y desequilibradas de la ciudad.

Tomó el paquete y bajó del tren. Decidió caminar hacia allá pues pensó que tal vez la caja contenía algo importante. A las nueve y veinticinco llegó a la Avenida 13, Calle El Solar, Casa #9. Golpeó la puerta al menos tres veces. Estaba a punto de irse cuando abrieron: una figurilla sencilla, alta, manos pequeñas, anteojos redondos y cabellos largo, casi a media espalda.

-Hola. ¿Alejandro Santiamén Villanueva?

-Sí, soy yo.

-Encontré este paquete en el tren de las ocho. Vi tu tarjeta y pensé que podría ser importante así que decidí traerlo.

-Muchísimas gracias. Por un momento pensé que las perdería.

Ella dio media vuelta y comenzó a alejarse de la casa cuando Alejandro la llamó.

-¡Oye! ¿No quisieras pasar a tomar algo? Digo, es lo poco que puedo hacer por tu amabilidad.

Aunque por un momento dudó, decidió aceptar la invitación. La sala era un poco oscura pero sintió como si la cobijara una gran satisfacción.

-Así que eres psicólogo.

-En realidad no me gusta etiquetarme así pues desde que asumo que lo soy dejo de serlo. Prefiero verme como una persona con conocimientos en la materia que aplica de vez en cuando.

-Siempre he pensado que ustedes los psicólogos; perdón, los que tienen conocimientos en la materia, cada vez que hablan con alguien es como si lo estuvieran analizando.

-Grave mito. Casi nunca lo hacemos, al menos yo nunca lo hago. Y dirás que suena un poco irónico, pues se supone que para eso estudiamos; sin embargo, no me gusta dar soluciones sino ayudar a encontrarlas.

-Interesante. Jamás lo hubiera pensado así.

En realidad es bastante oscuro. No está del todo acostumbrada pero no se siente incómoda. El vino está bastante bueno; cosecha 1830, de las mejores que haya probado.

-¿Y eres de por acá?

-Soy de la capital. Ahora estoy resolviendo algunos asuntos del trabajo.

-¿Y por cuánto piensas quedarte?

-Todo depende. Debo contactar a algunas personas y no sé cuánto tiempo tarde en hacerlo.

-Entiendo.

Alejandro ha intentado sentarse más cerca. El vino ha comenzado a subir sus hormonas. Aunque ella lo nota, no se molesta. Algo le dice que hoy matará tres sonetos, páginas 63, 64 y 65. No le importa, mañana tendrá hasta la una de la madrugada.

-¿Qué haces Alejandro?

-Lo siento mucho. Lo siento, lo siento.

-¿Qué haces...?

-Es que intento... intento... yo intento...

-Hazlo...

Ahí están. Sentados sobre la cama pensando en lo que han hecho; como lo hacen todos, supone. Casi invadidos por un silencio ella pregunta por el cigarrillo. Alejandro se levanta y un poco aturdido busca por toda la habitación. Sale y regresa con un paquete entre sus manos.

-Lo siento. Lo único que tengo son estas moras, las que dejé olvidadas en el tren.


1 comentario:

mariquita dijo...

qué haces...
intento...intento... intento
Solo eso, es un intento y me encanta.
Justo como debe ser para mi un cuento: sencillo y con un ritmo suficientemente rápido como para desear el final y apasionarme en ello...

¿cómo escoger? ¿humo o letras?