jueves, 2 de diciembre de 2021

Mientras pienso en nosotros

Él cree que no me doy cuenta de nada, que no siento en las noches su deseo de escaparse despacio por la puerta de atrás mientras yo simplemente me quedo dormido. A veces, cuando no hay ruido en los pasillos, comienza a moverse sigiloso, con una astucia digna de un premio; se quita la sábana tan despacio que parece un soplo de aire de esos que pasan y apenas rozan la piel. Yo sigo haciendo el papel del que no se da cuenta, con los ojos entreabiertos y analizando cada movimiento. Cuando él logra bajarse de la cama, da pasos diminutos, uno por cada flor que hay en este mosaico antiguo. Va de pétalo en pétalo, de hoja en hoja, de fragua en fragua, y llega a la puerta. Él da vuelta al llavín y de lo menos esperado una pieza en el interior suena con un clic que se convierte en la señal para que yo, vencedor ante un posible escape, dé media vuelta y lo sorprenda. Él se queda quieto, con los ojos cerrados y arrugados ante lo que sabe puede ser fin. Mantiene la esperanza de que al mirarme yo estaré dormido y podrá continuar con su plan. Pero no. Se topa entonces con este par de ojos abiertos, diciéndole que lo he vencido, que una vez más sus intentos no han llegado a buen puerto. Él resopla, se da por atrapado y, cabizbajo, vuelve a la cama. Recuesta su cuerpo frente al mío, y cara a cara repasamos qué pudo haber fallado, qué si él es tan liviano como brisa y yo de sueño profundo, casi incapaz de sentirlo. Yo le digo que es casi imposible, que aunque le dejo abierta un posibilidad de lograrlo algún día, él no es capaz de salir victorioso. No lo entiende, analiza constantemente cada paso que dio y cree haberlo hecho bien, no encuentra error alguno. Y así, poco a poco, él se va quedando dormido, entre murmullos y proezas no cumplidas, entre el enojo de tener que soportarme un día más. Muy temprano, con la alarma diaria, yo abro los ojos un poco aburrido, perezoso y con ganas de seguir durmiendo. Él ya lleva, si acaso, unas dos horas despierto; creo que ha aprovechado el tiempo para modificar su ataque e intentar un nuevo escape esta noche. De reojo, observo que escribe en una libreta algunos trazos y en voz baja él masculla detalles que no comprendo. Yo miro al techo, aun sin ganas de poner un pie en el suelo, y no entiendo muy bien cuál es el afán de escapar. ¿Qué podría hacer él afuera, sin nadie a quien acudir, solo? Siempre he creído que yo soy una buena persona, un buen compañero para la vida, alguien en quien confiar, un verdadero amigo, al que puede recurrir cuando necesite… pero él no, no cede. Sé poco de su vida; hay días que deduzco algunas cosas por cómo habla o las historias que va contando. Él es gracioso, observador; cualquier cosa le hace pensar miles de historias y yo soy más de escucharlo, de tratar de entender qué hay detrás de un ser humano tan similar a mí, pero tan distinto también. Somos un buen complemento, de verdad no sé por qué quiere irse. Me interrumpe el sonido de la hoja que arruga mientras escribe; se frustra un poco y la manda de un solo golpe contra la pared. Yo me tapo la cara con la sábana, por debajo miro un poco para saber si se ha movido de la mesita, pero no, sigue ahí. Ahora él me mira fijo, como culpándome por ese destino de vivir encerrado, sin entender por qué no puede vencer mi hora de dormir y salir de una vez por todas. Con la cara cubierta, ahora yo pienso en si debo dejar que se vaya, si más bien está en mis manos darle esa libertad que parece necesitar y que busca cada vez que se asoma por la ventana. Sin embargo, mientras pienso en nosotros, caigo en razón de que, por más que quiera, ni él ni yo podremos escaparnos, es imposible. Ambos estamos aquí encerrados, casi atados, a la espera de una fila de pastillas con las que los demás creen que tal vez él o tal vez yo desaparezca.

No hay comentarios: