domingo, 3 de enero de 2010

Orugas

Salí a pasear con una sombrilla verde y tropecé con una oruga. Algo apenada, me disculpé por mi torpeza al no mirar el lugar donde piso.
La oruga, sin resentimientos, se mostró tranquila y me invitó a caminar con ella un rato. Despacio, continuamos paseando. Ambas estábamos algo silencionas; yo intentaba tapar el sol con mi sombrilla de modo que ella también pudiera evitar los ardientes rayos.
Al pasar un tiempo, la oruga, en tono serio y pensativo, dijo:

-Sabes, estoy algo cansada de vivir arrugada, arrastrando mi cuerpo. Ya estoy algo vieja y creo que merezco descansar un poco.

Era cierto. Desde un principio noté que era ya uno oruga mayor. Supuse que estaba pasando uno de esos momentos en lo que hasta lo más mínimo se convierte en rutina y es necesario descansar o cambiar papeles para no llegar a una posición como esta que sufría mi compañera de viaje.
Yo permanecía en silencio.

-Sabes, siempre he querido alcanzar una hoja de roble, pero no lo he logrado aún.

Pensé que como todos, la oruga tenía un sueño, y como todos solemos hacerlo algunas veces, son estos los que dejamos de lado... creemos que por ser sueño no puede concretarse. Supe que, como todos, llega un momento en que se nos hace necesariamente obligatorio tratar de alcanzarlo.

Caminé aún en un silencio más profundo.

Pasado un gran trayecto, mi acompañante interrumpió su paso de acordeón, al mismo tiempo en que yo procuré datenerme para que el sol no la abrasara.

-Sabes, creo que debo regresar. No debí alejarme tanto.

Cordialmente, hizo una pequeña reverencia, ante lo cual solo pude repetir el gesto mientras con una pequeña sonrisa la miré alejarse.

Caminé en silencio largo tiempo. Cuando volví a casa, cerré mi sombrilla verde y al verla, arrugada y usada ya desde hace mucho, recordé a la oruga. Sus palabras fueron sabias... a lo mejor solo para mí.

De igual forma, pensé en que el sol estuvo algo insoportable y ella, arrugada y cansada, no está muy acostumbrada a él.
Yo aprendí a mirar bien donde pongo los pies. No sea que en una la haga descansar para siempre.

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