A José Eduardo, quien detuvo el tiempo
en unas cuantas hojas que salvó.Gracias
en unas cuantas hojas que salvó.Gracias
El jueves pasado, Diego tomó una decisión: nunca más usaría zapatos estaba. Estaba cansado de sentir los dedos apretujados y se preguntaba por qué tenía que ser así, ¿desde cuándo era necesario andar incómodo? ¿acaso los pájaros usaban zapatos? ¿acaso su perro Canelo los usaba?
Tenía una extraña afición por la tierra y su mamá siempre lo regañaba porque regresaba todo sucio. Diego no entendía, porque en realidad hacía lo que mas le gustaba: estar con la tierra. Decidió dejar sus zapatos, porque amaba esa sensación de frío que le dejaba en la planta de los pies, porque no sé si ustedes saben, pero el calor le entra a uno por los pies.... uno crece de pequeño porque es cuando más tiempo anda descalzo y así todo lo que hay en la tierra le entra a uno por ahí. De esta manera, Diego tomó una decisión: se zafó los cordones, se quitó las medias (que usaba rotas para engañar a su madre y siempre sentir la tierra cuando se quitaba los zapatos) y dijo: no más... que la tierra me llene de frío, me nutra hasta por las uñas.
Salió un día, de esos comunes, cuando solo entran ganas de salir a caminar por ahí y ver la gente pasar; salió sin sus zapatos, claro, y de camino recordó uno de sus trillos preferidos, uno que daba al jardín de don Ismael. Don Ismael era viudo y no había tenido hijos. Se pasaba el día en el jardín, sembrando cuanta cosa se encontrara y eso que sembraba decía que eran sus retoños. Les ponía nombre, entonces cuando uno pasaba, don Ismael hablaba: “Mira, Mariana, como llevas esa raíz... ay Adriano... ¿no te he dicho que no permitas que esas hormigas te coman las hojas?”. Diego amaba ese jardín, porque se entretenía escuchando a don Ismael, inventando historias con las plantas, con las hojas y algunas flores. Diego decía que él hubiese querido ser una planta, porque sentía siempre el viento de la forma en como ellas lo reciben y estaría anclado para siempre a su suelo, a su tierra.
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