miércoles, 1 de julio de 2009
En la calle 3 de la Avenida Central, me puse en venta. Con un sombrero a cuadros, abrigo café, un par de sandalias, jeans desteñidos y mi blusa preferida, vendo mi espejismo.
Me detuve a mitad de la cuadra y quienes pasaron golpearon mis hombros, me majaron unas 10 veces, y debo decir que fue doloroso porque mis zapatos eran abiertos, o simplemente no me vieron. Durante dos días hice lo mismo: pensé que podía ser la vestimenta la que alejara a los posibles compradores, pues al ser algo extraña podía no hacerme ver atractiva.
Dos días.
El segundo, dejé el sombrero y usé unas prensas en forma de lazos; cambié los jeans por una enagua, que igual estaba desteñida, y mi blusa siempre será mi preferida. El detalle esta vez fue que me coloqué un pañuelo en la cintura.
En la calle 3 me puse en venta. La Avenida Central repleta.
Al final del día, una señora se detuvo. Confieso que sentí una enorme alegría, ese era mi día de suerte: alguien por fin me compraría. Ella se detuvo justo a mi lado y en silencio, como dejando escapar un secreto milenario, como compartiendo trucos para saber venderse, extendió su mano y me entregó, con disimulo, una toallita húmeda:
-El maquillaje suele alejar a los clientes.
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3 comentarios:
Me encanta....me hizo recordar dos cosas; un maniquí y una frase de Jose M Escolar: "Jamás exhibiría mi alma en un museo, jamás subastaría mi amor a un buen comprador".......gusto de leerte.
gracias por la visita. Me tocaron tus palabras.
Tu faceta de escritoria de historias es tán fascinante como la de poeta... relato abierto a la imaginación... sugiere cosas bastante evidentes o tal vez no tanto... hay mágia en ti.
Un beso, cuídaté mucho.
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